
En la actualidad, la existencia de Guatemala como país es casi un milagro. Con un Estado más aparente que real, perforado o cogobernado por el crimen organizado evidente. Con un territorio fraccionado, donde organizaciones paraestatales/criminales le disputan el control de bolsones geográficos a la desanimadas fuerzas represivas estatales.
Con una población casi teledirigida, y en su mayoría refugiada en las iglesias, esperando la “inminente” llegada del Mesías para el “arrebato escatológico”. Y una economía depredadora que funciona en “piloto automático” gracias a los narcoactivos frescos que hacen de Guatemala uno de los países económicamente más desiguales (260 personas controlan el 56% del PIB nacional) y violentos del mundo.
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