De esta manera, no sólo terminan encadenados a categorías o significados construidos en otras latitudes, sino autoaislados en constelaciones cerradas y disminuidas numéricamente, cual especie en procesos de extinción en un planeta en debacle que exige a gritos profetas e iconoclastas por todas partes.
Mientras las y los indígenas “académicos” nos agotemos exigiendo un “puesto” en “la academia occidental” para ser los nuevos doctrineros, no pasaremos de ser los nuevos “caporales” o “capataces” culturales para la sostenibilidad de la hegemonía cultural de la colonización.
De cualquier modo, después de haber celebrado con algarabía la “derrota” de las dos guerrillas en el Perú (Sendero Luminoso y MRTA), y posteriormente soportar las nefastas consecuencias de la dictadura neoliberal (ya por décadas), me resisto a pensar y sentir convencionalmente el surrealismo colombiano. Mucho menos, desde esta Guatemala que aceleró su proceso violento de desintegración social y licuefacción estatal, incluso con la neoliberalización de las izquierdas, gracias a los apoteósicos “Acuerdos de Paz”.
Después de cinco siglos de la farsa del monoteísmo cristiano, y del engaño bicentenario de la ciudadanía ligada a los nacionalismos, es momento de comenzar a sospechar del por qué, a pesar de tantas promesas y sacrificios, estamos peor que antes.