
El 2025 conmemoramos el centenario del nacimiento de Augusto Salazar Bondy (1925-1974), un filósofo de origen peruano cuya obra trasciende las fronteras de su país para inscribirse como un pilar fundamental en la historia del pensamiento latinoamericano. Su legado, lejos de ser un mero objeto de estudio académico, se erige hoy como una brújula indispensable para la navegación intelectual y ética de nuestros tiempos.
Salazar Bondy fue, ante todo, un constructor de puentes. Su principal aporte fue el esfuerzo incansable por descolonizar la filosofía en América Latina. No se conformó con importar y replicar los modelos de pensamiento europeos, sino que se propuso la tarea hercúlea de edificar una filosofía propia, enraizada en las realidades y problemáticas de nuestro continente. Desde la Ética, su trabajo fue seminal: cuestionó la supuesta «normalidad» de la pobreza y la opresión, argumentando que la situación de subdesarrollo en la que se encontraba la región no era un destino inevitable, sino el resultado de una «filosofía de la dependencia». Su análisis crítico de la «inautenticidad» de la cultura latinoamericana, como un reflejo de su dependencia económica y política, sigue siendo una provocación intelectual de primera línea.
Su pensamiento, lejos de ser un ejercicio puramente teórico, buscaba incidir en la realidad. La importancia de sus aportes radica en su capacidad para «sentipensar», un concepto que, aunque no acuñado por él, encapsula perfectamente su método. Para Salazar Bondy, la filosofía no podía ser un ejercicio de la razón pura, desconectado de la experiencia sensible y emocional de los pueblos. Su obra nos invita a pensar con el corazón y a sentir con la cabeza, a forjar una academia continental que no se contente con la erudición, sino que se comprometa con la vida, con la justicia y con la dignidad de las personas.
Una de las cualidades más destacadas de su filosofía fue su humildad intelectual, manifestada en su inquietud por la formulación de preguntas más que por la formulación de respuestas. En un mundo saturado de verdades absolutas y dogmas inamovibles, la actitud de Salazar Bondy se revela como una lección de sabiduría. Él nos enseñó que el camino de la verdad no es una autopista recta, sino un laberinto de interrogantes. Su filosofía no buscaba dictar un catecismo, sino estimular la reflexión, la crítica y el diálogo. Nos invitaba a dudar de las certezas impuestas y a buscar nuestras propias verdades, forjadas en el crisol de nuestra propia experiencia.
Cien años después de su nacimiento, la necesidad de retomar los planteamientos filosóficos de Augusto Salazar Bondy es más urgente que nunca. En el contexto geopolítico actual, marcado por la polarización, la desigualdad y la crisis ambiental, se hace imperativo forjar un «sentipensar» propio y auténtico desde Abya Yala. Debemos volver a su llamado de construir una filosofía que no sea un eco del pensamiento dominante, sino una voz original y potente que brote de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestros sueños. Su legado nos desafía a seguir su camino: el de una filosofía comprometida, crítica y radicalmente humana, una filosofía que, como él, no se conforme con el mundo que es, sino que aspire a construir el mundo que debe ser.
Que su centenario no sea solo una conmemoración, sino un relanzamiento de su proyecto filosófico, un recordatorio de que la verdadera filosofía nace de la necesidad de construir un futuro más justo y más digno para todos.