Ollantay Itzamná

Cada 12 de agosto, el mundo entero celebra el Día Internacional de la Juventud, una fecha establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999 para reconocer el papel fundamental de los jóvenes como agentes de cambio. El origen de esta conmemoración se remonta a la Conferencia Mundial de Ministros de la Juventud de 1998 en Lisboa, donde se propuso oficialmente esta jornada para promover la participación juvenil en todos los ámbitos de la sociedad.

La importancia de esta fecha es incuestionable si consideramos la magnitud demográfica de este grupo. Actualmente, se estima que la juventud representa aproximadamente el 25% de la población mundial, una cifra que en el continente de Abya Yala (Latinoamérica y el Caribe) se mantiene alta, con un promedio de casi el 20%. Esto significa que millones de jóvenes son el motor demográfico de sus naciones, con un potencial inmenso para influir en su presente y futuro.

La brecha entre el poder y la juventud

A pesar de su peso numérico, la juventud a menudo enfrenta barreras que limitan su participación real en la toma de decisiones. Históricamente, las estructuras de poder han sido diseñadas por y para los adultos, creando mecanismos culturales y legales hegemónicos que invisibilizan o excluyen las perspectivas juveniles. El adultocentrismo es un fenómeno arraigado que presupone que la experiencia adulta es la única válida para gobernar, relegando a los jóvenes a un papel secundario o meramente consultivo.

Esta falta de espacios genuinos de participación se refleja en la escasa representación juvenil en instituciones de gobierno, en empresas y en la formulación de políticas públicas que los afectan directamente. A menudo se les percibe como inmaduros o incapaces de entender la complejidad de los asuntos nacionales, una visión que, además de ser discriminatoria, es profundamente errónea.

La revolución silenciosa de la juventud digital

Mientras las estructuras tradicionales luchan por abrirse a la juventud, estos mismos jóvenes están moldeando el mundo de una forma radical y acelerada. Son la primera generación que ha crecido inmersa en un ecosistema de tecnologías digitales, manejándolas con una naturalidad que desafía las lógicas adultocéntricas. La digitalización no es solo una herramienta para ellos; es una extensión de su identidad, una plataforma para la expresión, la organización y la creación de nuevas realidades.

Fenómenos culturales masivos como el reggaetón, personificado por figuras como Bad Bunny, son una clara muestra de cómo la juventud está redefiniendo el curso de la humanidad. Ante la incapacidad del adultocentrismo de comprender y adaptarse a estas nuevas manifestaciones, la cultura juvenil está dictando, de facto, la moda, el lenguaje, la tradición y los horizontes de la sociedad. El arte, la música y la comunicación digital no son solo entretenimiento, sino vehículos poderosos de cambio que están estableciendo nuevas reglas de juego y desafiando los pilares de lo que solía ser considerado «tradición».

En este Día Internacional de la Juventud, es fundamental reconocer que la inclusión de los jóvenes no es un favor que se les hace, sino una necesidad imperativa para construir sociedades más justas, equitativas y adaptadas a los desafíos del siglo XXI. El futuro no está por venir; lo están construyendo ahora, con cada clic, cada canción y cada idea que desafía el statu quo.

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