
Los recientes comicios en Bolivia han dejado un saldo complejo para las fuerzas de izquierda, que parecen haber sufrido un revés significativo en las urnas. Un análisis preliminar de los resultados del domingo pasado revela un castigo electoral que no puede ser ignorado, y que obliga a una profunda reflexión sobre las estrategias y las dinámicas internas de este sector político.
Una de las explicaciones más contundentes de este castigo es la confrontación interna que han promovido los propios dirigentes de izquierda. Lejos de presentar un frente unido, las divisiones y los enfrentamientos han minado la confianza del electorado. En particular, el llamado de Evo Morales a un voto nulo, una táctica que buscaba deslegitimar a un sector de la propia izquierda, ha sido interpretado como un acto de autodestrucción política. Esta confrontación, más allá de las intenciones, se tradujo en una desmovilización y una fragmentación del voto que benefició a sus adversarios.
Este resultado, si bien representa una derrota en términos de poder formal, no debe ser interpretado como un fracaso de la conciencia política de los pueblos. Si la izquierda colonial ha sido castigada, es porque sus métodos y discursos han sido percibidos como ajenos a las aspiraciones de liberación de las comunidades rurales y originarias. La conciencia política y las aspiraciones de liberación no han desaparecido; por el contrario, permanecen incólumes y presentes en las comunidades que, a pesar de los resultados electorales, continúan en resistencia frente a métodos sociopolíticos que perciben como coloniales e individualistas.
Para el campo popular plurinacional, estos resultados son un «cable a tierra» que interpela a las izquierdas «progres» y «colonizadoras». La derrota electoral no es un simple revés; es una advertencia de que la desconexión con el «sentipensar» de los pueblos originarios tiene consecuencias directas en las urnas. El electorado ha enviado un mensaje claro: las luchas internas y las agendas que no resuenan con las necesidades y aspiraciones de las bases no serán premiadas. La izquierda, en su conjunto, debe reevaluar su relación con los movimientos sociales y comunitarios, y dejar de lado las dinámicas de poder que han generado fracturas y desconfianza.
En conclusión, la derrota de la izquierda en estas elecciones no es una derrota ideológica de los pueblos, sino una derrota política de sus dirigentes. El castigo electoral es una llamada de atención para que la izquierda boliviana se reconecte con sus bases, reevalúe sus estrategias y abandone las confrontaciones internas que tanto daño han causado. Solo así podrá recuperar la confianza y la fuerza necesaria para seguir siendo un actor relevante en la lucha por la liberación y la justicia social en Bolivia.