
Cada 28 de junio, Perú celebra a su plato bandera: el Ceviche. Esta fecha, sin embargo, conmemora mucho más que una receta; celebra una historia de fusión, sostenibilidad y un éxito global que lleva consigo una profunda lección sobre la convivencia humana en un mundo cada vez más interconectado y, a la vez, más dividido.
El ceviche, en su esencia, es un extraordinario ejemplo de sincretismo cultural. Es el punto de encuentro entre la riqueza marina del Perú y las técnicas ancestrales de sus pueblos originarios, perfeccionado por la influencia de la migración japonesa. La cocina Nikkei aportó la precisión en el corte del pescado y la inmediatez en el marinado, logrando esa cocción perfecta en jugo de limón que conocemos hoy. Es, por tanto, un plato que nació de la apertura y el intercambio, una fusión exitosa entre la cultura oriental y la peruana que deleita paladares en todo el mundo.
En una era de creciente conciencia ecológica, el ceviche se presenta como un baluarte de la sostenibilidad. Al no requerir cocción con fuego, su preparación tiene una huella de carbono mínima. Su sencillez es su mayor virtud medioambiental, demostrando que la alta cocina no necesita procesos complejos ni un gran consumo energético para ser memorable.
Gracias a estas cualidades, el ceviche ha trascendido las fronteras peruanas para posicionarse como una marca gastronómica global. Es un embajador líquido de la identidad peruana, presente en las cartas de restaurantes desde Tokio hasta Nueva York, demostrando que los sabores, las ideas y la cultura pueden y deben viajar libremente.
Y es aquí donde la travesía del ceviche nos ofrece una reflexión ineludible. Así como este plato se fusiona y recorre el mundo sin pasaporte, las comunidades y las personas deberíamos aprender a convivir entre diferentes culturas, más allá de las fronteras nacionales. Resulta paradójico observar cómo algunas de las sociedades más poderosas del mundo operan con un doble estándar: por un lado, se extraen y apropian los vibrantes aportes culturales de las comunidades migrantes, como su música, su arte y, por supuesto, su comida. Pero, por otro lado, se expulsa, margina y deshumaniza a las personas que portan y crearon esa misma cultura. El caso de Estados Unidos es emblemático, donde se consumen ávidamente los productos de la cultura latina mientras se construyen muros y se ejecutan deportaciones masivas.
En este Día Nacional del Ceviche, celebremos no solo la explosión de sabor, sino también el mensaje que nos regala: la verdadera riqueza del mundo reside en la mezcla, en el respeto y en la capacidad de construir puentes. Ojalá aprendamos a ser tan abiertos y acogedores como nuestro plato más universal.